Me parapeté con fortaleza, pero los escudos que elegí no eran lo suficientemente fuertes contra la nostalgia.
Polvo en el viento. Leonardo Padura
Nosotros estamos hechos de la misma materia que los sueños.
La tempestad. W. Shakespeare
¡Ya está! Contra viento y marea. Incluídas pandemias, separaciones y deserciones, hemos llegado hasta aquí. Un tres de octubre, treinta años después. Durante mucho tiempo, mi frase favorita fue si a los dieciocho años me hubieran vaticinado que tendría un restaurante en plena Marjal de la Albufera y que durante doce años trabajaría en la cocina, hubiera echado a correr y todavía me estarían buscando.
Pero la vida no es la que proyectamos, sino la que nos encontramos. La que tejemos mientras caminamos, mientras sorteamos obstáculos y aprendemos a resolver conflictos.
La vida solo trae instrucciones de uso en la ficción. Ya sentó cátedra sobre ello el escritor francés George Perec. Los lugares se construyen con relatos. Para que tengan vida y sean creíbles. Así, Ferran Marí dice que La Matandeta es un castillo encantado. Pero hay que atreverse a cruzar el foso.
Hasta aqui todo fue bien. Escribí. De pronto apareció Mauri, que siempre aparece de pronto i me quitó del vicio de escribir. Y me llevó hacia la fiesta sorpresa.
La Matandeta no fue nunca mi idea, ni mi proyecto. A los diecisiete años y en bicicleta, yo pasaba de largo por la puerta. Nunca me atrajo este lugar. Un fantasioso y un mariaventuras cruzaron sus caminos, gracias a mí. Y yo me quedé en medio.
El técnico de la Sociedad de Garantías Recíprocas nos preguntó hace treinta dos años cuánto dinero teníamos para emprender y en cuánto cifrábamos la inversión. Por debajo de la mesa, le pegué una patada a Rafa Gálvez y contesté: Un millón de pesetas. En treinta y seis. Pues con esas cifras es imposible sacar esto adelante,
Ni teníamos un millón de pesetas, ni costó treinta y seis.