Porque la vida se ríe de las previsiones y pone palabras donde imaginábamos silencios y súbitos regresos cuando pensábamos que no volveríamos a encontrarnos. El viaje del elefante José Saramago Vivíamos en la casa de nuestros abuelos paternos a los que no conocimos. La casa era muy grande y nuestro mundo muy pequeño. En el dormitorio con el mobiliario como dote para los recién casados, cabíamos todos. Mis padres en la cama grande con mi hermana al medio. Y yo en una cuna de tamaño gigante. El resto de la casa, con sus habitaciones, sus trasteros, hasta había un cuarto de las ratas con el cuadro de una dolorosa cuyo corazón atravesaba un puñal mientras sostenía a su hijo crucificado. La verdad es que daba mucho miedo. Y si me portaba mal, me amenazaban con enviarme a dormir allí. Lejos del abrigo y del refugio que suponía dormir en la misma habitación que mis padres.
Era la segunda mitad de los años sesenta. Y ahora, sentada frente a mi ordenador, con wifi y plataformas digitales de televisión, me da la sensación de que estoy escribiendo sobre otra era. Y en verdad lo era. No teníamos televisión ni agua caliente. Todos los sábados por la tarde, mi madre calentaba agua y llenaba un barreño. Nos lavaba por partes Había que frotar y frotar. Sobre todo detrás de las orejas y en las rodillas.
Esta noche no puedo dormir y he decidido recordar y esperar la lluvia de meteoros. He leído que este año los Auríguidos están activos desde el 28 de agosto hasta el 5 de septiembre. Pero alcanzarán su máximo el 31 de agosto. Se espera que los Auríguidos produzcan alrededor de diez meteoros por hora en el pico de actividad. Así que he decidido que no voy a dormir y observaré el cielo mientras escribo y recuerdo a una niña que vivía en otra era.