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Channel: La Matandeta y sus historias
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QUEREMOS TANTO A GEORGE

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                                               A Julio Cortázar.
 
 
Sabíamos que vendría, mucho antes de que lo anunciaran los medios de comunicación. Mucho antes de que el gobierno autonómico se frotara las manos con los réditos que le iba a sacar a su presencia en nuestras tierras. Uno de esos días aburridos que siguen a la Navidad, recibimos un nuevo correo de Gwyneth Paltrow, refrescándonos la memoria por si lo habíamos olvidado. Queridos amigos de La Matandeta, George va a rodar cuatro días en Valencia. Es una producción de esas que hace la Disney por el mundo, donde más barato le resulte, pero a la que vuestra gente dará mucho relumbrón. Quiero que me lo cuidéis. Ya sabéis, es como en las películas, mucho físico y la inteligencia perdida por lo que tiene entre las piernas.
                Tres días después fue Charlize Theron la que escribió: Oh! Dear friends, George va a Valencia y les he hablado tanto de vosotros que es imposible que vuelva a Los Ángeles sin haberos conocido.
Una semana antes de que llegara fue uno de los productores de Gladiator el que nos alertó: Mi muy querida familia de La Matandeta, George va a estar en Valencia, previsiblemente una semana, queremos que todo lo que le hemos contado de vosotros y de Valencia sea real. No le defraudéis.
Ay, George. Querido George. Nunca tomo café y sin embargo, desde que tú lo anuncias corro con el problema de convertirme en una adicta. George, Oh, Brother! Where art lou! Esa revisión del mito de Odiseo, esta vez sureño y del que este cuatrimestre nos hablaba la profesora Cabanilles. George, te queremos tanto que nuestro desánimo no te alcanza.
¿Qué hacer contigo sin atosigarte, sin cambiarte y sin defraudar a los que han encomendado tu estancia gastronómica en nuestras manos? Decidimos montar una especie de club, un club de los que amamos tanto a George que no queremos que gastronómicamente se nos pervierta. Hablamos con las niñas del Pelegrí, ahora en Sargantana, con Sebas de La Sequieta, con JuanRa Aparici, freelance y por tanto sin barreras, con Rafa Calabuig y con Teo Mora, que aunque están en Ontinyent, ya no existe el Port de L'Olleria. Con Joan Roig, que andaba por La Habana hasta marzo y dijo: Yo, por George, lo que sea.  Sí, un club muy especial para atender a George y todas sus demandas culinarias.
Lo primero, apartarlo de los gustos americanos fuera de casa. Nada de comida basura, solo lo verdadero para que no se nos pierda. Le daremos paellas de pato, pollo y conejo de La Matandeta, los pepitos de Sebas Romero son insuperables, sublime el arroz de perdiz de Rafa Calabuig y las yemas de Mora, que por algo son proveedores de la Casa Real. Joan Roig borda como nadie el arroz al horno y las clóchinas a la marinera. Las niñas del Pelegrí imitando las latas, se las pelan. Y JuanRa puede hacer virguerías piratas y playeras. No hay que romper el cerco del Westin , que lo proteja y nos proteja. Mejor que de allí no salga, así no iremos dando explicaciones de este sí, pero aquel no. Ni de estrellas y modas. Le acercaremos hasta los labios nuestras mesas. Nunca nuestro núcleo tuvo una fuerza tan terrible, nunca necesitó menos palabras para ponerla en marcha.
Y de pronto, justo cuando ya todo terminaba, perfecta y ensamblada su estancia, los amores pervertidos de Elisabetta Canalis, lo llevaron a meditar aviso hacia los espaguetis donde reina el lambrusco, aunque se bebiera de un tirón la Toscana valenciana.
No podemos dejarlo así. George solo puede rozar la perfección. Y nosotros queremos tanto a Glenda...
 
 
 


 

EL RIU DELS ULLS

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He terminado de leer el libro de Rafa Xambó  El riu dels ulls a las dos de la madrugada y a las siete me he despertado con la última página del libro todavía repicando en mi cabeza. He sentido una necesidad imperiosa de ponerme a escribir.
Lo empecé a leer la semana pasada, pero el viernes por la mañana, en la biblioteca de Humanidades, mientras andaba entre las estanterías a la búsqueda de otros libros, me lo birlaron de la mochila. Que te roben un libro en una biblioteca no es una casualidad sino una paradoja. Bienvenida sea la pérdida si con ello el profesor de Sociología gana lectores. Yo también tengo mis ONGs particulares.
Durante la temporada que trabajé en la redacción de Diario16 Comunidad Valenciana había alguien que se dedicaba a sustraerme los libros del archivo de la mesa. La redacción estaba en Cronista Carreres y para llegar al trabajo, yo siempre cruzaba por la plaza Alfons el Magnànim y me detenía a menudo en la librería Paris-Valencia, de donde a menudo salía con algún libro entre las manos.
Sí, pero había alguien en la redacción que se dedicaba a seguir mis cuitas lectoras y hacerse con ellas.
No eran libros caros, sino de ocasión y a precios de saldo, pero que, por  cualquier mínimo detalle, me habían llamado la atención. De entre todos, recuerdo una guía literaria de Paris y Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Aunque tenía mis sospechas acerca del autor de las sustracciones, nunca dije nada al director. Me lo tomé como una ONG particular. Una persona  joven que seguía mis pasos como lectora y lo di por bueno si al novato  periodista le servía en su iniciática formación literaria. Con el tiempo, he podido comprobar que no  le ha servido de mucho en su integridad como persona. 
El ejemplar estaba dedicado por el autor. Con Xambó me ocurre lo mismo que con otros muchos clientes de La Matandeta. Pueden llevar años viniendo a casa y nuestra relación se ciñe a saludarlos, atenderles y despedirles hasta la próxima. Hasta que un día acontece  que se inicia una conversación a una escala diferente. Y eso sucedió el verano que vino a comer a La Matandeta con el poeta y traductor Txema Martínez. Esa comida aparece al final del libro y allí relata Xambó parte de la conversación que derivó  hacia cómo se fraguó la obra. Qué curioso. Recuerdo que aquel día en mi cabeza planeaba mi estancia francesa en la universidad de Aix-Marseille. Buena parte del libro de Xambó transcurre durante su estancia en Escocia, en la Universidad de Glasgow. A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos diría Borges.
Así que tuve que volver a la librería Tres i quatre y comprar otro libro. Sin embargo no lo empecé a leer donde lo había dejado, comencé de nuevo. El riu dels ulls es una novela familiar. Escrita como un diario durante su estancia de seis meses en Escocia, el autor repasa su memoria, su infancia en la Marjal de la Ribera, la muerte de su padre, sus fantasmas personales. Pero eso no es todo.
Dijo Xambó durante la presentación del libro que no podría haberlo escrito sin haber leído antes La invención de la soledad de Paul Auster. Y sin embargo, durante su lectura, yo tenía en mi cabeza El deseo de ser piel roja de Miguel Morey.

Hay libros que encierran más  libros. Me gustan los libros que hablan de otros libros. Dice Umberto Eco que la intertextualidad es laberíntica, rizomática, que nadie escribe a partir de la nada, que el texto encierra en sí mismo muchos textos. Aparentemente el libro del músico y profesor de Sociología no debería dar para tanto y sin embargo son las dos  de la madrugada y el relato sigue en mi cabeza. Han pasado  hoy muchas cosas en mi vida. Veinticuatro horas de Ulises. Un paseo por la Marjal, un día soleado. La sèquia mare. Mónica Parreño. No sé cómo asimilarlo. Ya lo dijo el intérprete de los sonetos de Shakespeare: Yo lo llevaba en la mochila y lo he vertido. Ahora, a ver qué sabéis hacer con ello.
El riu dels ulls. La infancia, la memoria, la vida. No sé qué hacer con todo ello. No he tomado café en todo el día y, sin embargo, son otra vez las dos de la madrugada y no puedo dormir... Me paseo por ese río metafórico y ni siquiera puedo hundirme en la ciénaga. Podría ser una solución.

UNA CUCARACHA EN EL BOLSILLO

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A mí tampoco me gustan las etiquetas. Me lo comentaba hace poco un cliente, profesor en la Universitat Estudi General, psicólogo de formación, que se había dedicado durante una temporada a investigar la sexualidad de los jóvenes y a todo el mundo le había dado por empezar a calificarlo de sexólogo, así que lo dejó estar.
La única etiqueta que admito y en la que me siento cómoda es la de observadora de la vida. Me encanta sentarme en las terrazas y tomarme algo con ella. Con la vida, me refiero. Y de tanto hacerlo vengo observando que de un tiempo a esta parte  se desplaza cada vez más gente con una cucaracha en el bolsillo. Me explico.
¿Se acuerdan ustedes de aquel personaje  tan entrañable que interpretó en el cine Julie Andrews en la película Victor o Victoria? Dirigida por el que fue su marido Blake Edwards, la actriz se calza un papel que se ha convertido en clásico. Una mujer que finge ser un hombre que interpreta a una mujer. Pero antes de ello, Victoria Grant es una desafortunada soprano que se muere de hambre. Al principio de la película se desmaya en la calle al contemplar a un hombre gordo engullir un pastel; cuando se enfrenta a su casero, pasa los dedos por su servilleta que lleva restos de espaguetis. A punto de vender su virtud por un plato de comida, decide finalmente darse un banquete en un restaurante.
Así que guarda en su bolso un cucaracha para soltarla dentro de la ensalada, truco que ha ideado para no pagar la cuenta.
Victoria Grant era un pedazo de artista por descubrir con una gran necesidad y todos entendemos esa cucaracha soltada en el restaurante, después del festín. Nos solidarizamos con ella. Yo también. Aunque no sabemos qué pensaría el dueño del restaurante del zafarrancho que organiza.
Sin embargo, la gente que se pasea ahora por los restaurantes y los hoteles con una cucaracha en el bolsillo, no está famélica, sino que ha descubierto el poder de la información, aunque yo más bien la llamaría desinformación.
La cucaracha simbólica con la que mucha gente aparece en los restaurantes es Internet. Se ha puesto de moda. Tú vas a un restaurante o a un hotel y después de pegarte un festín a lo Victoria Grant, sacas tu cucaracha y amenazas al restaurador con que no estás conforme con nada de lo que se te ha servido y vas a escribir en Tripadvisor, en Verema, en Yahoo o en cualquiera de los miles y miles de foros que existen gastronómicos y hosteleros. Usted no sabe con quién está hablando, se acordará de este día, te suelen decir los más valientes. Los cobardes se despiden con una sonrisa y todavía no han sacado el coche del parking cuando a través del Smartphone ya están poniéndote a caldo.
Y ahora, como en el caso de la buena reputación, ves  tú y demuestra  lo contrario.
 
 
A Fernando le salió mal la jugada. Llevaba meses detrás de la nueva secretaria y al final, un viernes, primero de mes, ella accedió a comer con él en un restaurante junto a la Albufera. La chica lo hizo por compromiso, porque es muy joven y poco ducha todavía en eso de quitarse de encima a los malcasados.
La comida estaba buena y el sitio le gustó, pero no el plan. Así que le dio calabazas. No habría tarde en el hotelito de El Saler. Fernando no soportó el fracaso y se sintió ridículo. ¿Quién pagó el pato? El pulpo a la brasa, duro y reseco; el arroz,  pasado de punto; el vino, mala relación calidad-precio. ¡Ah! Y el dueño del restaurante que tuvo la santa paciencia de no echarles a la calle y de no insinuarle a Fernando, chico déjalo estar, ¿no ves que no hay nada que hacer? De cabeza que se fue Fernando, a escribir en Internet contra el restaurante y verter toda su frustración de machito despechado.
 

JR. López Valls, cliente y sin embargo amigo, me pasa una copia de los Simpson, capítulo V, temporada XXIII, por si a alguien le interesa verla.
En ella los pequeños y su madre descubren su vocación de foolies, palabra que en la serie traducen al español por comileros. Marge y sus hijos crean un blog y se dedican a recorrer restaurantes y escribir sobre ellos. Descubren el poder de su escritura. Sin formación, sin transición entre la hamburguesa y la espuma de caléndulas con jugo de albahaca, consiguen miles de seguidores, que a su vez también abren nuevos blogs. Y por tanto se convierten en una amenaza para los restaurantes que con tal de tenerlos a su favor les invitan constantemente.
Hace unos meses me apunté a un curso de Social Community, para que yo me entienda, cómo aplicar la comunicación de tu empresa a las redes sociales. El primer día de clase, el joven profesor nos puso como ejemplo que apenas tres días antes había ido a cenar con su familia a un restaurante y como no le gustó la hamburguesa que le sirvieron, automáticamente subió una foto del plato a internet, crucificando al restaurante. Bien empezamos, me dije.
 
 
 

Entre las cosas que aprendí en el curso, una de ellas fue que cualquier empresa que se precie, en estos momentos necesita tener un social manager, es decir, alguien que gestione la imagen de la empresa en Internet. Eso está muy bien para las grandes empresas, crea puestos de trabajo y una nueva forma de entender la comunicación con los clientes.
Pero a las pequeñas, donde hay que hacer de todo, nos supone un verdadero quebradero de cabeza. Claro que siempre te dirán que puedes contratar a alguien que se ocupe de ello. La crisis, si algo ha traído de bueno, es que nos ha puesto la imaginación a trabajar. Cada vez que alguien habla mal de tu restaurante, de tu casa de comidas, de tu taberna, tienes que recurrir a tus amigos, clientes militantes y conocidos para que viertan buenos comentarios y tapen al tóxico. De esta forma, los potenciales clientes no verán lo que se vertió con tanta inquina. Hasta la próxima vez que alguien vuelva a hacerte vudú a través de Internet. Y tengas que volver a recurrir a los amigos.
Como a mí no me gusta molestar por nimiedades y mucho menos perder a mis amigos, he recurrido a la literatura para ingeniar un método que yo lo llamo a lo Pessoa.
El gran escritor y poeta portugués desdobló su personalidad hasta en setenta y dos conocidas como heterónimos y acabó convirtiéndose en una figura enigmática, aunque su apariencia era más bien pacata. Pessoa en portugués significa persona, pero también nadie. Al haber creado tantas personalidades, no tenía un yo definido.
Bueno, pues mi método a lo Pessoa, consiste en lo siguiente: Abriré un ingente número de cuentas de correo en google, cada una con nombre propio, estado civil, personalidad remarcada, hombres y mujeres. Cada vez que a alguien se le ocurra hablar mal de mi empresa en Internet, yo recurriré a alguna de mis cuentas heterónimas y contraatacaré. Además mis cuentas se irán conociendo entre ellas, se recomendarán lugares y sitios con encanto y hasta puede que coincidan alguna noche en el mismo restaurante en que se conocieron, se enamoren y no vuelvan nunca a separarse. Mis cuentas celebrarán bautizos, bodas, comuniones, festejarán San Valentín, el día de la madre, el 9 de octubre.
Se convertirán en expertos gastronómicos. En conclusión, mis cuentas triunfarán en el mundo virtual, aunque nunca puedan conocer la realidad más cotidiana.
Claro que con tanto trabajo de ingeniería literaria y virtual, no sé cuándo voy a tener tiempo de dedicarme a lo realmente importante, es decir, a mejorar la calidad y el servicio de mi establecimiento.
Salve y ustedes lo pasen bien.

LA (SON)RISA

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Ángeles del Arco trabaja en la recepción de la piscina municipal de Sedaví. La conozco desde que abrieron la instalación.
Puede llover, hacer mal tiempo o lucir un sol de primavera, si entras en la piscina lo primero que vislumbras es la sonrisa de Ángeles. Puede que ella no se encuentre bien físicamente, o tal vez esté un poco desanimada, pero tú no lo percibirás, porque solo te tropezarás con su sonrisa.
La sonrisa de Ángeles no es solo eso, una expresión de su cara, un ejercicio de sus músculos, forma más bien parte de su uniforme de persona que trabaja cara al público. Algo tan sencillo y elemental que cada vez cuesta más contemplar.
Los españoles solemos decir que los franceses son unos hipócritas, que primero te piden perdón y después te pisan, pero les puedo asegurar, que durante el año que duró mi estancia francesa, fue muy difícil encontrar a alguien que trabajara cara al público y no te recibiera con una sonrisa, independientemente de su estado personal.
Con la situación que tenemos en nuestro país, me da la sensación de que eso tan elemental, como es sonreír al recibir a alguien en un establecimiento público, se ha convertido en una extrañeza  y no en algo cotidiano.
 
 
Quizás se nos esté olvidando que durante siglos la risa, la sonrisa fue un derecho que se alcanzó con sangre y fuego. La iglesia no aceptó nunca la risa y la condenó como pecado. El pretexto que, según los cuatro evangelistas oficiales, Cristo jamás rió.
Reír y sonreír no era privilegio de pobres. De eso nos habló también Umberto Eco en El nombre de la rosa. Un ejercicio intelectual de intriga en torno al segundo libro de la Poética dedicado a la comedia, a la risa.
Bueno, pues hoy ocho de marzo, día de la mujer trabajadora, rindamos un merecido homenaje a Ángeles del Arco y a todas las mujeres que como ella, son capaces de desempeñar su trabajo siempre con una sonrisa en los labios.
Felicidades, Ángeles. Gracias por tu (son)risa.

EL CLUB DE LA BABA

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Este mediodía, ocho de marzo, día de la mujer trabajadora, hemos recibido un mensaje en el muro del Face Book de La Matandeta. Ximo Martínez y su mujer Maríajo han sido abuelos por primera vez, sobre los cincuenta, de su única hija, Laura. Ximo y Mariajo son personas muy comprometidas con la Asociación Valenciana de Sumillers.
Y yo tan dada a trasponer las fechas y las situaciones me he puesto en la suya.
Parece que eso de  ser abuelos tan jóvenes va a trastocar tu identidad, tu manera de ser, tus circunstancias....
Yo fui abuela muy joven, a los cuarenta y siete. Me dió un soponcio cuando me lo anunciaron. No estaba preparada para ello, mucho menos los padres.
Hice viajes hasta el más allá, más conocido como Alcocebre, a casa de mi amigo Joan Roig. Qué te parece voy  a ser abuela a los cuarenta y siete. A mí que no me gustan los niños!!!!
Mentira, mentira cochina. Después esa masa sigue creciendo y se pone a sonreír sin motivo.
Ya veréis. Podemos acudir a los cumpleaños y hacer el tonto. Y  el Bioparc? Qué bonito el Bioparc!!!
Por qué no hacemos catas con niños?? Nosotros catamos y ellos enmarullan el universo.
Bienvenidos al club Mariajo y Ximo.... La baba se nos cae a todos del mismo modo.
Con todo nuestro cariño.
 
 


EL DESEO DE SER PIEL ROJA

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                                                            A Franz,  con el deseo de que algún día nos pueda
                                                            perdonar el adjetivo kafkiano.




Si uno pudiera ser piel roja, siempre alerta,

 



Ha venido a comer el escritor en valenciano más famoso  de l'Horta Sud y gran parte de Cataluña. Ensalada de lechugas con ahumados y helados; tronco de bacalao confitado en aceite.
Le cuento que en la Universidad de Aix-Marseille, en la clase de traducción del catalán al francés, utilizaban como textos sus novelas. Es más, una profesora me preguntó que por qué mi apellido coincidía con el de uno de sus personajes. Mujer, porque somos del mismo pueblo. También le relato las ganas que tenían de conocerlo los alumnos y los esfuerzos de Estrella Massip invitándolo a que acudiera el pasado mayo a dar una charla sobre sus creaciones. Mira, me están traduciendo al rumano y la única condición que he puesto es que no me hagan viajar hasta el país para presentar mis novelas.
No tengo ganas de ir ni a Picanya.
Lo que yo daría porque este blog lo leyeran los mongoles y me invitaran, aunque solo fuera un par de noches, a compartir una yurta con ellos. Las oportunidades y los deseos están mal repartidos.



cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida,

 
 
 
 
Celebraban una reunión familiar en el porche azul, el comedor que da a la terraza de atrás, la de las sargantanas. Uno de los familiares, cliente habitual nuestro, la había convocado y sin embargo, él no acudió porque estaba en la cama bajo la influencia de la gripe. Qué gracia influenza en inglés es gripe. Me ha salido un juego intertextual. Bien comidos y bien regados, me cruzo con una chica de unos cuarenta años en la puerta de los lavabos, me dice que le ha encantado La Matandeta, que no nos conocía y nos hemos puesto a charlar. Se la notaba muy emocionada. Me ha contado que se reúnen una vez al año con la familia de su madre, hermanos y primos. Pero que su madre murió hace muchos años cuando ella era una terca adolescente. Aquel día la madre había quedado a comer en una terraza con la díscola hija. Tuvimos una discusión muy fuerte. Tonterías de la edad del desequilibrio. Después ella se marchó con el coche a recoger a mi padre a la salida del trabajo. Nunca más la volví a ver con vida. Ocurrió un accidente. Se ha puesto a llorar como una niña desconsolada y a mí solo se me ha ocurrido abrazarla y llorar con ella. Ha formulado un deseo imposible. Volver a ver una sola vez a su madre después de aquella discusión y pedirle perdón.
 
 
 
hasta arrojar las espuelas porque nohacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas,
 

 
 
Era la cría más sonriente de la clase de EGB. A mí me daba un poco de envidia su facilidad para conectar con todo el mundo y su don de gentes a tan tierna edad. Entonces teníamos ocho años y a mí me podía la timidez como un demonio del que no conseguía desprenderme.
Compartimos aulas y compañeros hasta octavo y después  al mismo instituto, a clases diferentes. Nunca fuimos amigas, solo compañeras y después conocidas.
Hace un par de años le dio un ictus, al desmayarse se golpeó la cabeza con la mesa de la cocina y quedó inconsciente en el suelo durante ocho horas, hasta que la encontró su hijo, un chaval veinteañero.
Ahora, a sus cincuenta y dos años, su madre, de ochenta y uno, cuida de ella. Le ha quedado paralizado el ochenta y cinco por cien del cuerpo, a resultas del accidente cerebral, no, de las ocho horas que estuvo sola en el suelo inconsciente. Los daños fueron  irreversibles.
¿De qué color son los deseos que no tienen esperanza de verse nunca realizados?
Cuando me siento mal y me quejo de mis problemas, me acuerdo de Alicia que nunca más volverá al País de las Maravillas porque le hicieron añicos el espejo.
 
 
y apenas viera ante sí que el campo es una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.
 

 
 
 
 
 
 Vino a fer l'esmorçaret C.M.A. Nos conocemos desde la adolescencia. Fue él quien me puso el sobrenombre de Mafalda porque por aquel entonces yo solía hacer preguntas que lo cuestionaban todo.
Hacía tiempo que no nos veíamos. Una de las últimas y pocas veces que vino a comer a La Matandeta estaba triunfante. Rafa Gálvez se enfadó. Me ha dicho que ha venido a comer para que no tengamos que cerrar. Tranquilo, cariño, yo lo arreglo. Hombre cuánto tiempo sin verte por aquí. Ya le he dicho a Rafa que hemos venido para que no tengáis que cerrar. Es más fácil que tú te divorcies que nosotros cerremos. Ah,  pues sí que te conoce tu amiga, rieron  sus compañeros.
Antes de acabar la carrera en Deusto ya tenía trabajo. Se lo rifaron siempre las mejores empresas.
Ahora, a los cincuenta y siete se ha quedado en paro. Ha venido con uno de mis compañeros de natación, mejor dicho, este lo ha traído. ¿Qué días y a qué horas vas a la piscina, María Dolores? Querrá verte en traje de baño, ironiza Rafa Gálvez. A buenas horas, mangas verdes. Querrá hablar y que alguien le escuche y comprenda su cara de tristeza.
¿Qué hacer con el  deseo de ir en busca del tiempo perdido?
 
 

NUNCA PASA NADA

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Estoy convencido de que nunca nos sucede nada que no hayamos previsto, nada para lo que no estemos preparados. Nos han tocado malos tiempos, como a todos los hombres , y hay que aprender a vivir sin ilusiones. El amigo de un amigo tuvo una vez un accidente: un tipo medio loco lo atacó con una navaja y lo tuvo secuestrado en el baño de un bar casi tres horas. Quería que le dieran un auto y pasaporte y que lo dejaran cruzar al Brasil, de lo contrario iba a tener que matarlo (al amigo de mi amigo). El loco temblaba como un endemoniado y le puso la navaja en la garganta y en un momento dado lo obligó a arrodillarse y a rezar el padrenuestro. La cosa se iba poniendo cada vez peor, cuando de golpe al loco se le pasó el revire y soltó el arma y empezó a pedirle disculpas a todo el mundo. Un momento de nervios lo tiene cualquiera, decía. El amigo de mi amigo salió del baño caminando como dormido y se apoyó en una pared y dijo: Por fin me ha sucedido algo. Por fin me ha sucedido algo, ¿no es sensacional? 
 
 
 
                                                                             Respiración artificial
                                                                             Ricardo Piglia.



La chica tenía una preciosa melena, rizada y pelirroja, que yo asocié al fuego, además era el día de San José. Rondaría los treinta y cinco años y reservó mesa para diez personas.
¿Eres Helena? No, Helena es mi hija. Pero, ¿está Helena? Sí, está atendiendo las mesas. Pero ¿podré ver a Helena? Claro, ¿es amiga tuya? No la he visto nunca, llamé tres veces para reservar la mesa y hablé con ella.
La mesa es redonda, luminosa, al fondo del comedor verde pistacho. Después dile a Helena que quiero conocerla. ¿Les tomo nota? Sí, tráenos diez raciones de coca, diez croquetas, torraets, mulladors y pulpo antes de la paella para seis, los demás a la carta. Mujer, es mucho no váis a poder con los segundos. ¿Tú crees, entonces qué nos aconsejas? Yo creo que con dos torraets, dos mulladors, y dos raciones de pulpo es más que suficiente. Los que no quieren paella ¿qué tomarán, por favor? Cordero, lo siento pero no queda. Tienen tres opciones más. Son días de mucho trabajo, las fallas y los platos se agotan. El chuletón, al punto, por favor. En seguida, buen provecho.




Dos horas más tarde.
¿Está Helena? Es que quiero pagar la cuenta. La chica de la preciosa melena roja tiene la misma expresión que cuando entró. Se acerca a la barra y mantiene una conversación con Helena. Mamá, por favor, mejor que la atiendas, tú. ¿Qué sucede, Rosa? Tú me has dicho que había pedido demasiada comida, pero no era cierto. Se han quedado con hambre. Pero, mujer, si cuesta Dios y ayuda que la gente pida un par de entrantes antes del arroz, ¿cómo se han podido quedar con hambre? Había seis platos de entrantes para diez personas. Sí, pero cada ración de pulpo solo lleva cinco trozos de pulpo y nosotros éramos diez. Se trataba de hacer un aperitivo antes de comer el contundente arroz, ¿no? Sí, pero no os quedaba cordero confitado y tres de mis familiares querían cordero. Ya, pero de cada diez clientes que hoy han comido, ocho pidieron arroz. ¿Es tan grave que no quedara cordero? Pero los platos estaban sucios. Mujer, cómo iban a estar los platos sucios. El camarero no ofreció postre. Pero cómo no va a ofrecer postre. Sí, me pidieron dos raciones de pastelón. Hice tres llamadas para encargar esta mesa. Cariño, imagínate que cada una de las mesas que hoy está comiendo aquí hubiese hecho tres llamadas... No daríamos abasto con el teléfono. Es que trabajo en Engloba y pensaba traeros un grupo de sesenta extranjeros y ya no lo voy a hacer. ¿Pero Engloba no se fue al traste? Bueno, sí. Hace siete años que no estoy con ellos. Pero cuando tenga otros grupos en otras empresas en las que trabaje, no los traeré aquí. ¡Qué lástima mujer! Mañana por la noche, precisamente, tenemos un taller de paellas para un grupo de austríacos. Bueno, Rosa ¿lo arreglamos con unos buñuelos y una botella de cava? No sé, si mi familia quiere.

Una hora más tarde.
 Rosa: Adiós, Helena, adiós María Dolores, gracias por todo.
Resto de la familia: Disculpad, lo sentimos muchacho.


                                                           Que llegamos siempre, tarde, donde nunca pasa nada...
                                                            A quien corresponda.
                                                            Joan Manuel Serrat.

SEÑALES

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Hace tiempo que decidí creer en las señales. No las de tráfico, por supuesto, sino las fitas que siembra a lo largo del camino el destino, o la vida, o vaya usted a saber qué dios menor escapado del Olimpo de los curiosos, entre los que me alisto.
Bueno, pues ocurrió que yo había quedado con mi amiga Pilar, la viajera, después de los exámenes del primer cuatrimestre. La cita era  en el Acqua porque este invierno ella asiste a clases de italiano cerca de allí y yo los miércoles solo tengo dos horas de Literatura Hispanoamericana.
Así que echamos unas risas y unas cervezas y después ella se ofreció a llevarme con su coche hasta mi casa. Pero yo tengo un año muy de transporte público, de tal manera que le pedí que me dejara en la estación del Norte y emprendiera regreso hacia La Eliana.
Perdí el tren a Alfafar por cuestión de segundos. Hasta veinte minutos después no salía el siguiente. Como me empeño siempre en ver lo bueno de lo malo, me dio por pensar que iba a suceder algo y esta vez sería peculiar. Transcurrió el tiempo, llegó el siguiente tren y yo subí a un vagón abarrotado.
No sucedió nada. Parecía que mi oráculo estaba equivocado, salvo que en el último segundo, entró en el vagón Paco Baixauli Mena, que no es mi primo, ni de lejos. Saludó a unas señoras muy puestas de su pueblo y se vino directo hacia el único asiento que quedaba, justo a mi lado.
¿Te acuerdas de mí? Le sugerí, muy modesta. Pues, claro, contestó muy simpático.
Habían pasado varios años desde aquel encuentro casual   en el Ponte Vecchio  de Florencia. Él y su compañera, volvían de la Calabria;  yo, con mi hija y mi marido, intentábamos llegar hasta Austria y a mitad de viaje, cambiamos de planes y bajamos hasta la Toscana. Viva la improvisación que nos caracteriza. Cenamos juntos. No recuerdo el menú, seguro pasta, pero sí que más tarde nos sentamos en una terraza de la Piazza de la Signoria, frente al David. Era hora de un café y sin embargo Paco pidió un Fernet Branca, cuando le pregunté si le gustaba me confesó que era la primera vez en su vida que lo bebía, pero que siempre le había llamado la atención porque aparecía en las novelas, en los relatos ambientados en esa parte de la geografía toscana y también en los de la Costa Azul. Scott Fitzgerald y Hemingway.  Uno de los míos pensé, aunque no dije nada.

 
 
El trayecto en tren no nos dio para mucho, apenas cinco minutos en los que nos pusimos un poco al día sobre nuestras vicisitudes personales y aunque él sí que estuvo en La Matandeta durante mi estancia francesa, yo no sabía que había sido padre por tercera vez de un niño que ahora tiene  once meses. Le pregunto por Anaïs y Aitana, intercambiamos teléfonos y cuando le enseño el libro de Rafa Xambó que estoy leyendo, él me cuenta que acaba de publicar El llibre del tarquim.
Las señales son fítas si uno cree en ellas y sabe atenderlas. Ya he hecho mi declaración de principios al inicio de esta entrada, así que le envié un was a Paco, le pedí su número de correo y le envié el enlace de mi blog.
Nuestra siguiente cita, ya no fue casual, sino concertada. Paco quería regalarme y dedicarme un ejemplar de su libro. Quedamos en la cafetería del FNAC, para entonces yo ya me he leído El llibre del tarquim, lo he volteado del revés, le he sacado las tuercas y tornillos, he puesto las piezas sobre la mesa en la que trabajo, frente a la Marjal de la Albufera y he descubierto cómo está escrito porque quiero sacarle el mejor provecho posible: saber cómo lo han hecho otros. En este caso, cómo ha construido la "Novela" sobre la Albufera, Paco Baixauli. Y lo escribo en mayúsculas y entre comillas, porque eso es lo que ha conseguido mi tocayo de apellido, escribir la novela sobre la Albufera.
En su obra está todo, los relatos de Blasco Ibáñez, la magia morisca de Washington Irving, hasta parte del realismo mágico de García Márquez ha metido en el lago que tiene nombre de lago. El escritor nunca parte de la nada, la literatura se escribe a través de otros libros.
Podría seguir destripándola, pero tenemos una nueva cita. Él, su novela, ustedes y nosotros. Y será el próximo nueve de mayo en La Matandeta.
Antes, esta misma semana, viernes cuatro de abril, retomaremos nuestras cenas de Lletres entre vins, con Rafa Xambó y su El riu dels ulls, que también tiene mucho que ver con la Marjal de la Albufera, lo acompañará Pablo Calatayud, de El Celler del Roure.
Paco Baixauli Mena estará con nosotros, como ya les anuncié arriba. Vendrá la noche del viernes nueve de mayo. Para formar pareja buscamos un bodeguero de la zona de los cátaros. Se admiten sugerencias.
Y en junio, Pura Peris acudira´ con su Tasts de vida. Buenas propuestas para exorcizar el fatalismo que nos invade. Ayudémonos con  las palabras, no hay mejor medicina que nos calme.
 




LAS SAMOSAS DE RAIMON

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He dormido mal. Me acosté muy pronto. Manuel, mi nieto, vino con una nota de su profesora y esta noche no era de padres, sino de abuelos.  El niño no tiene comprensión lectora y si no comprobad la ficha de lectura.
El texto decía El pajarito estaba metido en su jaula de oro... Las preguntas de la ficha empezaban así: ¿Cómo estaba el pajarito? Y en lugar de responder metido en su jaula de oro, Manuel contestó: Aburrido.
El viernes de la semana pasada fuimos a la biblioteca municipal de Sedaví a sacar  libros. Manuel hace varios meses que tiene carnet de la biblioteca. Entre los libros que él eligió, nos llevamos La Odisea. Le cuento que el libro lo escribió un ciego llamado Homero y él me pregunta si es amigo de su abuelo. Pasamos el fin de semana de Aia y Manuel. Yo le había contado que una de las estratagemas de Ulises fue decirle al cíclope Polifemo que su nombre era Nadie. Así que cuando el sábado por la mañana vimos la película de Kirk Douglas, él me replica que no le he dicho la verdad, que la historia que yo le he contado, no es la misma que acaba de ver en el cine. Entonces tengo que hablarle de las versiones, de que en la vida existen versiones acerca de la verdad y de que el narrador también tiene sus intereses. Cosa que debería tener clara la maestra de Manuel.
¿Samosas? ¿Tenía que hablarles de samosas, tal como anuncié en el título? Pues sí, a lo que vamos. Raimon Tortosa y Xefa su mujer son de esos amigos que tenemos afillolats que diría también el amigo Xavier Marí. ¿Por qué los quieres? Porque son como son y no le des más vueltas.
A los dos los conocimos a través de la AsociacióGastronòmica Fòc i Cassola, de la Vall d'Albaida, una asociación multidisciplinar, en la que cabía de todo menos la tristeza. Fueron grandes y buenos tiempos. El tinell de Calabuig, la Pastisseria Mora, proveedors de la Casa Reial, la Mitga LlunaCa Clareta. Menudas organizamos y montamos. La cena Sorolla, quince platos alrededor de la pintura de Sorolla, dos años de pruebas y preparación. Al final, por fín, la primera cena en Cal Riberet, en Bocairent y va y esa noche cae tal nevada que cierran la carretera.
 La siguiente en La Matandeta,  noventa menús a quince platos por cabeza. Ventidós de noviembre, yo cumplía cuarenta y un años. La fiesta no estaba en el comedor sino en la cocina. Habíamos comprado una partida de cervezas extranjeras que no había dios que vendiera y acabamos con todas las existencias.
Eran buenos tiempos para la lírica. Tuvimos el 22 de mayo del 2014, el mismo día de la boda de Felipe y Letizia, una boda principesca en La Matandeta.
Un "amigo" que también se había hecho rico con el pelotazo inmobiliario, celebró en La Matandeta la boda de su única hija. Quiso los servicios de un Hotel Las Arenas pero a precio de saldo. Y nosotros tragamos. Raimon Tortosa y otros amigos vinieron a ayudarnos.
Cuando volvió a la Vall comentó: En mi vida había visto tanta pasta filo. Qué exagerada es la pobre, menos mal que la queremos tanto...
Pero por aquel entonces... El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
Io també te vuic.



ELLA

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A Ella no le gusta que yo diga que para que madurara me tuve que ir muy lejos. Dejé una niña y a la vuelta me encontré con una mujer. Contaba la actriz Lucía Bosé que a los hijos, para no perderlos, había que echarlos de casa. Como eso no era posible materialmente, la que se marchó fui yo.
Siempre hay crisis de crecimiento. A los niños, después de la fiebre, les duelen los huesos porque les han crecido. A los adolescentes les duele el alma.
A su padre le gusta presumir de que se parece físicamente a él. Esa piel oscura, esos ojos rasgados, esa cabellera abundante y frondosa. Esa belleza cordobesa. Pero el interior es mío. Yo la concebí.
Dos aventureros no pueden engendrar una hija oficinista. Ella necesita que le pasen cosas, que el hoy no se repita en el mañana. Franz Kafka escribió Carta al padre, pero Ottla, su hermana, podría haber escrito Carta a la madre y también hubiera hablado del miedo y la aceptación. Miedo a expresar a aquellos que nos trajeron al mundo lo que realmente somos, lo que queremos, lo que nos hace felices. Aceptación de que por mucho que corramos la tortuga siempre alcanzará a Ulises. Siempre volveremos a aquel punto del que partimos.
Yo perdí a mi madre a los veintidós años. Fue un gran dolor y una gran liberación. Ya no había nadie en mi vida que pudiera imponerme reglas, que me provocara miedo ante su no aceptación. Un día le preguntaron a mi amiga Yolanda Moreno si su hijo Álvaro tenía novia y ella contestó, no lo sé, a mi no me lo cuenta, soy su madre.
Eso es, ahí está la clave. ¿Por qué me llevo tan bien en la facultad con mis compañeros veinteañeros? Porque yo no soy su madre. No les tengo que decir qué está bien y qué está mal, con qué patrones deben regirse.
Ella es como un espejo en el que no me quiero mirar yo porque se parece a mí demasiado. No acepta los convencionalismos, no le gustan los patrones, no sabe vivir con un no. Ella quiere que la vida se llene de aventuras, que la gente se mezcle sin razón. Ella tiene mi desfici interior.
Esta noche de amigos, de letras y vinos, la miro de reojo y la veo más hermosa que nunca. RafaXambó se ha traído la guitarra y nos canta T'estimo tant, el soneto LXXI de Shakespeare, el gran
Willie, traducido al catalán por el poeta de Lérida  Txema Martínez y con música del sociólogo y escritor de Algemesí.  Y el soneto dice así:
No ploris més per mi quan sigui mort,
quan sentís la campana amb tocs virils
dient al món que sóc tan sols record
d'aquest món vil i visc amb cucs més vils.
Ni recordis, si veus aquest escrit,
la mà que el va crear: t'estimo tant
que vull que el teu enyor es torni oblit
perquè no m'hagis d'enyorar plorant.
O si potser em llegeixes quan només
el meu cos sigui fang mesclat amb fang,
no evoquis el meu pobre nom i fes
que es podreix l'amor dins de la sang,
no fos que el savi món al morir jo
rigués mentre despulla el teu dolor.
A la cena de esta noche, de Lletres entre vins han venido entre otros amigos, Manuel Monzó con Shirley Maclaine, Pablo Calatayud. Manuel nos cuenta la histora del Celler del Roure, ese chico inquieto al que el padre no comprendía y que transformó parte de la geografía vitivinícola de nuestro país. A mi izquierda, el periodista Salvador Soria, al que hace unos meses escuché una frase que me caló. Solo pretendo que mis hijos sean felices, al menos, un minuto al día.
Pues eso, Helena, Hache, haz lo que quieras, pero sé feliz.



LAURA Y ANA

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Es viernes santo, un día que solemos asociar a la tristeza, a la lluvia y a la muerte. Nuestro sustrato cristiano nos pesa tanto, que creamos o no creamos en la vida de Cristo y en el paraíso, hoy es viernes santo.
Sin embargo, luce un sol de justicia a mediodía en las terrazas de La Matandeta, vestida con sus mejores galas para recibir una ceremonia propicia  a la felicidad. Laura y Ana fueron a firmar en la frialdad y asepsia emocional de un juzgado. Pero hoy quieren pregonar a los siete vientos que fueron capaces de llegar hasta aquí. Juntas y de la mano. Pero detrás hay una historia que comienza hace muchos años...
Chata, Mari Carmen me cuenta que ella siempre tuvo claro que, desde muy niña, su hija era diferente. Había algo en ella que no tenían las otras niñas. Así que cuando decidió casarse y formar una familia, Chata intuyó que no sería para siempre.
Laura está feliz, pletórica, Ana es más retraída. Laura aporta a este matrimonio un niño de nueve años y un divorcio conflictivo. Me cuenta que, por su parte, fue un flechazo. Su madre, Chata, abrió una heladería, un día ella fue a visitarla y Ana estaba detrás del mostrador. El amor no se busca, se encuentra.
 Pero hoy, viernes, todavía no ha llegado Pascua de Resurrección y sin embargo,  luce un sol, ya lo dije, de justicia y las dos han venido con sus mejores galas, muy femeninas. No hay smoking para la que hace de hombre, no hay vestido blanco para la que interpreta el papel de esposa. Las dos muy femeninas, porque las dos se sienten mujeres. Como diría el amigo J.R.,  yo para estar con una nenaza, estoy con una mujer. Lo mío es Marlon Brando, en La ley del deseo. Ellas para estar con un camionero, hubieran estado con un hombre. Ellas son y se sienten mujeres.
Antes de llegar a La Matandeta, visitaron otros restaurantes donde celebrar su ceremonia y, en varios casos, les dijeron que no querían banquetes, ni celebraciones de personas del mismo género.
La primera boda que tuvimos así fue la de Alvar y Toni. Se conocieron en el primer curso de estudios en la Facultad de Medicina. Cuando decidieron formalizar su relación llevaban treinta años de amor. Fue en junio, recién estrenada en España la ley de matrimonio entre personas del mismo género. En Francia la aprobaron el año pasado mientras yo estaba allí. Mi amiga, Gaia de Filippo, Erasmus napolitana me cuenta que en Italia los homosexuales todavía no se atreven a salir del armario. La Iglesia católica y el Vaticano, imponen lo suyo.
Y yo pienso, que esto de la convivencia es muy difícil, se la plantee quien se la plantee. Nunca les he contado que tengo una colección muy particular. Una  colección que consiste en recoger relaciones singulares y peculiares. En mi colección conservo la de Ava Gardner y Frank Sinatra, Orson Welles y Rita Hayworth, Diego Rivera y Frida Kahlo Y entre todas ellas, hay una que se lleva el palmarés. La que mantuvieron la pintora y decoradora Dora Carrington y el poeta Lytoon Strachey.
 Dora Carrington no fue miembro del círculo de Bloomsbury, aunque se la asocie indirectamente al mismo, debido a su estilo de vida bohemio y su larga relación con el escritor homosexual. Dos de sus romances documentados fueron con Mark Gertler, un conocido escritor inglés de la época y con el escritor Gerald Brenan. Ella fue quien le sugirió que se marchara a vivir a Las Alpujarras. Se casó con Ralph Partridge, pero vivió la mayor parte de su vida con Strachey. Cuando él murió de cáncer en enero de 1932, Carrington fue incapaz de superar su pérdida, suicidándose de un disparo dos meses después de la muerte del poeta.
Pero también están las historias anónimas. Mi amigo P.E. lleva veinte años de relación con una mujer casada, compañera de trabajo. El marido tiene una enfermedad degenerativa y ella dice que mientras viva cuidará de él. M.A.M. ha mantenido siete relaciones estables a lo largo de su vida. Cuando nació M.O.R. a su madre le médico le debió de pronosticar: Señora, a tenido un hijo soltero. Cambia de pareja como cambia de ropa según la estación.
En realidad ¿Qué estamos haciendo? Huir del vértigo que nos produce la certeza de saber que dentro de nada estaremos muertos. Y para ello nos ayudamos de lo que tenemos a mano, llámese religión, amor, sexo, drogas o rock and roll.
Dejemos pues que Laura y Ana construyan su propio muro contra la muerte. Nos lo dejó escrito Quevedo en su poema Amor constante más allá de la muerte:

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Salve y ustedes lo pasen bien lo poco que queda de este mes de abril.








































ALBUFERA

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Es difícil encontrar en cualquier parte del mundo, un Parque Natural tan pegado a un núcleo urbano. Y sin embargo, nosotros, los valencianos lo tenemos.
Para ir a conocer Doñana hay que separarse al menos sesenta kilómetros de Sevilla. Lo nuestro es mucho más fácil y a la vez más complicado, porque teniendo tan cerca La Albufera no sabemos qué existe en ella. Un lago, con un mirador y unas barcas para dar un paseo. Unas fotos que tomar al atardecer, unos patos que se cruzan en el aïguamoll.¿Eso es todo? Unas postales. Pero las postales también se pueden observar desde el filo y entonces cambia totalmente la perspectiva.
Vicente Blasco Ibáñez nos habló de aquella comunidad endémica, la gente del Palmar y su mísera forma de sostener la vida.Cañas y Barro, una isla tan pequeña, que no cabe en una novela. Que no se sostiene sin la tragedia.
Paco Baixauli Mena es, ha sido muchas cosas, pero sobre todo, estoy segura que se siente miembro de una estirpe que termina con él. La de los hombres que aman y creen en la Albufera. El lago con nombre de lago.
Paco Baixauli Mena ha escrito un libro titulado El llibre del tarquim. No es una novela sobre la Albufera, es LA novela sobre la Albufera. Blasco Ibáñez, con su localismo imitando a Zola, nos habló de esos hombres del fango. Pero Paco nos ha regalado su radiografía. Una novela bien escrita y bien resuelta, en la que está todo. La historia de un niño viejo enamorado del lago que aprende de un maestro represaliado. La historia de un hombre maduro pero demasiado viejo que vuelve al lago porque sabe que después de recorrer el mundo, ese es el único lugar que siente como su casa. Las historias de la Albufera, las leyendas de Blasco Ibáñez revisionadas, la magia mora de Washington Irving, con toques valencianos y de ullals. Y por qué no, el realismo mágico de García Márquez adelantándose el autor a un homenaje para el  Nobel.


 
 Paco Baixauli Mena es un raro especímen de los que da la Albufera. Erudito, serio, viajero, enamorado de la vida y de la herejía de los cátaros, a los que ha dedicado varios libros.
Para hablar de su última novela, y de los hombres y paisaje de la Albufera estará con nosotros, en La Matandeta, el próximo viernes 9 de mayo a las 8'30.
Como el personaje se lo merece, la bodega va en consonancia, de la zona de Sant Mateu, Besalduch y Valls. El nombre de los vinos misteriosos, enigmáticos. Otra historia. Para descifrarlo todo, nos vemos el viernes alrededor de la cena que preparará Rubén Ruiz. No se pierdan el convivium. Les esperamos.


 
 

EL ANILLO DE MOEBIUS

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Me desperté a las tres de la madrugada, según mi horario francés, que a pesar del año transcurrido, todavía no he  conseguido cambiar. Problema tal vez de nostalgias.
Rafa Gálvez y Manuel dormían plácidamente en el sofá cama del salón. Era una noche de aventuras.
Lavabo, un poco de soja y mejor lo dejamos estar un par de horas más.
Apago la luz del flexo y ploff! me lo tiro encima del ojo izquierdo. Noto instantáneamente cómo me sale un chichón en el párpado. Sería inútil levantarme y aplicarme cubitos de hielo, la huella del desastre se ha hecho presente. Mejor sigo durmiendo ahora que he conseguido no perder el hilo de Ariadna. Por la mañana se lo enseño a Rafa Gálvez, y él me pregunta si es un orzuelo. No sabe nada de mi tragedia con el flexo, a horas intempestivas.
Nos despedimos. Tenemos empresas diferentes que llevar a cabo este domingo de final de mayo. Elecciones y comuniones. Exámenes y nieto.
Son las diez de la mañana y apenas puedo abrir el ojo. Rafa me aplicó un antiinflamatorio, pero el derrame ha ocupado su espacio natural. Me duele mucho la cabeza. Pero no tengo miedo. Si fuera una mujer sensata y prudente, debería marcharme a urgencias y que me lo miraran. Pudieran haber implicaciones cerebrales. Pero si voy a urgencias, dado las características del hematoma, de oficio entrará en funcionamiento el protocolo de lesiones por violencia de género. Y a mi marido le pueden buscar las cosquillas, un caballero de melena plateada, tan educado, tan serio.
Así, que no me debato entre mi dolor de cabeza en aumento y el honor de mi respetuoso marido.
Manuel tiene examen mañana. Tiene que saber para qué sirve un alcalde y sus concejales y por qué trabajan en el ayuntamiento.
Le digo que a los alcaldes y a sus ayudantes los elegimos en las urnas entre todos. Y que hoy tenemos elecciones para decidirlo. Como todavía no sabe qué es Europa, le simplifico la problemática y le digo que esta  tarde iremos a elegir alcalde y concejales con nuestro voto en las urnas.
Pero a decir verdad, que si voy a votar con mi cara deconstruida en un pueblo en el que nada es lo que parece, van a soltarse las malas lenguas, que nunca me importaron, acerca de la bonhomía de mi marido, cosa que siempre me importó. Y si no voy a votar por esta causa, parecerá que renuncio ante mí misma a un derecho que nos costó tanto alcanzar entre todos.
Pero si voy, parecerá que quiero seguir contribuyendo con un sistema en el que no creo.
A ver cómo me lo han vendido, ahora que se cargaron hasta los programas Erasmus, que hicieron más por la construcción de Europa, que siglos de teóricos.
¿Qué quieren, que siga creyendo en lo que ni tan siquiera creen ellos?
Pero si me quedo en casa, no habré participado en la transformación de la sociedad y del individuo en la que sí creo.
Si me quedo en casa, a qué explicarle a mi nieto, eso de los servicios públicos, de los alcaldes y su función social. Pero si salgo de casa esta tarde y voy a votar, todo el mundo mirará mi ojo amoratado y no pensará en mi historia, sino que cambiará la imagen que tienen de mi marido.
Me duele la cabeza y mi ojo cambia de color. Y pienso en el flexo. Y en el cuento de Cortázar. Y en Lacan. Y en el anillo de Moebius.
 
 
 



 

VELA LATINA

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Nos invitó Paco Baixauli Mena a navegar por la Albufera en una barca con vela latina. Era sábado y la jornada comenzó con un contundente almuerzo en un bar de Silla. Una mesa corrida para cuarenta personas y nosotros que compartimos hueco con Xavier el dueño de la barca. A las doce, ya estamos posicionados para salir, al final de la ensenada del puerto de Silla. Hace calor, es un sábado de verano y la luz se tamiza a través de la bruma y el lluern. Paco va señalándonos los parajes naturales donde ambientó los cuentos que aparecen en su última novela El llibre del tarquim: La mata de Sant Roc, la mateta, l'Antina, el Tancat de Zacarés, Paco va recordándonos el nombre de cada cuento y su ubicación: L'escala de Baldomera, El geni de Marieta, La neu d'Adrià, la Sanxa, Zaida i Qasim. En ellas, Paco Baixauli una vez revisiona historias de otras autores como Blasco Ibáñez, Washington Irving, y las contextualiza en las tierras del tarquim, otras inventa y crea más leyendas 


Le pregunto a Paco si este libro es un regalo que se ha hecho a sí mismo. Y creo que lo he pillado en un renuncio. Hijo de pescador, pescador él mismo en sus ratos libres, El llibre del tarquim, es también un tratado de pesca de la Albufera: Pescar a la morulla, la pesca de llisa a la pasta, la pesca de la anguila a la molinà, pescar a la fitora. Paco Baixauli ha vertido su sabiduría sobre el lago y su entorno en esta novela.


Aunque parezca mentira, y después de vivir tantos años en el Parque Natural de la Albufera, para Rafa Gálvez  y para mí es nuestro primer viaje en barca con vela latina, no digamos para Manuel que se durmió plácidamente durante más de una hora.


El sol pica de valent y Paco Baixauli me habla de su interés por la herejía de los cátaros y del castigo a través de Simón de Monfort, que se les infrigió hasta hacerlos desaparecer. Él no cree que en realidad existan personas ateas y hablamos de esto y de lo otro, y atravesamos matas y casi nos perdemos.

Hay que arriar las velas y atar los cabos y seguir navegando por el lago. Nunca me cansaré de repetirlo: Los valencianos no conocemos el parque natural de la Albufera. Creemos que con una visita al mirador del lago y una paella en El Palmar, está todo resuelto. Si quieren iniciarse en este mundo ancestral de hombres que cuidaron del medio natural que les dio casa y trabajo y que fueron ecologistas avant la lettre no se pierdan El llibre del tarquim y después vayan a conocer a su autor. Lo encontrarán casi todos los fines de semana en el puerto de Silla iniciando en su mundo a los neófitos.

MULTAQA EN LA MATANDETA

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Multaqa es un término árabe que hace referencia al encuentro amistoso en un espacio abierto. Es un término que ha utilizado la Unesco española para recordarnos lo mucho que supimos convivir durante varios siglos, en el espacio ibérico, las tres culturas. Y ha sido  también el pretexto a lo largo  de diez años, para reunir en un foro, que se celebra en el Real Monasterio de Santa María de la Valldigna, a personalidades integrantes de esas tres culturas. 
Con motivo de la Multaqa, José Manuel Gironés me llamó hace varios años y como el restaurante estaba cerrado, y a falta del número de mi móvil, recurrió hasta al Ayuntamiento de Alfafar, con tal de dar conmigo. Quería que Federico Mayor Zaragoza y su esposa, camino del aeropuerto de Manises, se comieran un paella en La Matandeta. Al sr. Mayor Zaragoza le debió de encantar el trato, el ambiente y la paella y desde entonces Gironés, que continúa colaborando para Unesco Valencia como director de actividades, no deja de llamar todos los años, sobre el mes de junio y acude a nuestra casa con participantes al encuentro de la Valldigna como Agustín Remesal, corresponsal de TVE en el extranjero, el futbolista Iniesta, Alberto Moncada, reputado sociólogo y presidente del Centro Unesco Valencia. O esta pasada convocatoria, con el aristócrata siciliano Emmanuele  F.M. Emmanuele, Barón de Culcasi y Marqués de Villabianca, un señor simpático y encantador, que no quiso probar la paella sino un contundente plato de jamón.
José Manuel Gironés es hiperactivo y sentimental, además de otras muchas cosas, como premio extraordinario fin de carrera de periodismo por la Universidad de Navarra, asesor en Moncloa con el gobierno de Adolfo Suárez en el ministerio de Asuntos Exteriores con J.P. Pérez Llorca, co-fundador de Historia 16, director del periódico Levante en la época del 23-F, doctor Honoris Causa por la Universidad F. Pessoa de Oporto y por la Complutense de Madrid y director del gabinete de prensa de la Generalitat Valenciana a finales de los ochenta en la época en que fue mi jefe, que al fin y al cabo, es lo que me interesa contar en esta entrada de final de verano.


José Manuel me encomendó la tarea de ayudarle, en lo que a la Generalitat correspondía, en el I Congreso sobre el Genoma Humano, que se realizó en el fenecido Hotel Sidi Saler, que contó con la presidencia del ínclito profesor Santiago Grisolía. Así fue como también me encontré con Rosalina Lasso de la Vega, esta esplendorosa señora que aparece en la foto y que con el tiempo se convirtió en la esposa de José Manuel. 
Aunque yo ya había trabajado en la organización de varios congresos, nunca antes había visto reunidos tantos premios Nobel como en  aquel. Hasta siete, con sus respectivas esposas, acudieron a Valencia a refrendar el proyecto, así como otras muchas personalidades y periodistas como Tom Burns, nieto del doctor Gregorio Marañón, con el que recuerdo una velada en la plaza del Negrito, derrochando agua de valencia y anécdotas acerca de su  célebre  abuelo. Un día en que la cosa parecía que iba a salirse de madre con tanta ilustrísima, a mí se me ocurrió decir que tenía ganas de llorar y que me quería morir. Recuerdo que Rosalina, un encanto de mujer, cogiéndome fuerte del brazo y sin perder la sonrisa,  me susurró: No, chica, tú no te mueres por esto.
Poco después a mi jefe Gironés se le ocurrió organizar el I Congreso de Periodismo Valenciano y, al mismo tiempo un Encuentro Internacional de Periodismo Iberoamericano. Teníamos que trasladarnos a veces a Pamplona para reunirnos con el decano de la Facultad de Periodismo, el coordinador de los cursos de dicha institución en  Iberoamérica y un tercero que ahora mismo no consigo recordar su cargo, no me pregunten nombres que ya no me acuerdo. 
Como a veces surgían problemas en Presidencia y el Molt Honorable de aquella época, como de todas, solía buscar la cabeza de turco en el responsable de prensa, José Manuel me enviaba a mí sola para que me las arreglara con los navarros y los eventos siguieran adelante: Y no te enfades si no te invitan a cenar, que todos son numerarios del Opus. Yo no me enfadaba y ellos, unos señores muy amables, sí que me invitaban a cenar y hasta me acercaban a la estación para tomar  el tren que de madrugada me llevaba a Madrid, donde por la mañana tenía otra entrevista concertada en el Ministerio de Exteriores con un antiguo colaborador de José Manuel, para hablarle de lo mismo. Por si yo no tenía bastante con tanto ajetreo, a mí se me ocurría quedar a comer con una antiguo  también, pero en este caso, novio mío y periodista de Televisión Española, que me llevaba al restaurante La Oficina, donde él daba fe de que yo continuaba devorando codillo con el mismo afán que cuando estábamos juntos, y yo certificaba que él seguía siendo el mismo gilipollas de siempre.
Recuerdo que en una ocasión, después de mis vacaciones, en las que por cierto, habíamos estado una semana en Brasil porque  Rafa Gálvez tuvo la feliz idea de  comprarle a un conocido una bañera de hidromasaje, que llevaba añadido un viaje para dos a la ciudad carioca (a las personas poco convencionales nos ocurren cosas inesperadas), llegué al despacho de la calle Caballeros todavía con el jet lag incorporado, cuando mi jefe Gironés me anunció que ya tenía el billete preparado para irme al día siguiente a Madrid, a primera hora de la mañana a reunirme con los navarros: 
- Y tú, ¿no vienes?
- No, hay marejada en la planta noble.
- Y, ¿dónde hago la reunión?
- Pues en el aeropuerto de Barajas, pides una sala.
- Y ¿si no me la dan?
- Te las apañas como puedas.
La reunión la hicimos en el hueco de una escalera, en el aeropuerto, donde encontramos una mesas y unos butacones. Yo muy puesta en mi papel de colaboradora del jefe de prensa de la Generalitat Valenciana ante aquellos señores que confiaban en mi eficacia y eficiencia.  Tenía veintisiete años y como ustedes podrán comprobar, siempre andaba metida en líos. Pero puedo asegurarles que José Manuel Gironés es una de las personas responsables de que yo haya tenido recursos en la vida, sí, eso que ahora está tan de moda, porque  no sólo de títulos académicos se nutre el curriculum de una persona, sino de enfrentar   situaciones y salir adelante.
Que José Manuel Gironés siga contando conmigo, al menos una vez al año, para traer a personas de todo el mundo, es un orgullo para mí y para esta casa.
Aquel congreso de periodismo se convirtió en una jornada en el Hotel Astoria en la que  ya no trabajé, pero asistí de igual manera.
 Al catedrático de Política Económica lo habían nombrado conseller y me propuso hacerme cargo de las relaciones con los medios de comunicación. Pero esa es otra historia.
Salve y feliz rentrée. A ver si poco, a poco, cogemos de nuevo el ritmo.

UN ELEFANTE Y CUARENTA BOCADILLOS

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Hay muchas personas interesadas en saber por qué la oscarizada actriz Gwyneth Paltrow vino a parar a La Matandeta para grabar junto al cocinero italo-americano Mario Batali el programa dedicado a Valencia y a la paella y cuánto dinero nos costó participar en la serie Spain in the road, again. Empecemos por lo último: nada, absolutamente nada, es más, pagaron la comida de cerca de treinta personas que es a lo que subía el número de componentes del rodaje.
Pero la historia no empezó el 5  de marzo de 2.008, día de la grabación, día que Rafa Gálvez y yo celebrábamos veinticinco años de matrimonio. Como todos los buenos relatos, la historia comenzó a fraguarse bastantes años antes y así sucedió...
Era octubre y Helena tenía diecinueve años. Con la edad, para no perder la memoria, me apoyo en las asociaciones. Era octubre porque el 24 es el cumpleaños de Rafa Gálvez y nosotros, él y yo, Rafa Pérez y Mari Carmen Domingo de El Pelegrí, de Chiva andábamos por Mallorca para asistir al concurso de sumilleres de España en el que se presentó Bruno Murciano por la asociación valenciana.
Y Helena sé que acababa de cumplir los diecinueve porque tenía recién estrenado el carnet de conducir y porque su cumpleaños también es en octubre.
En el paisaje mallorquín se percibían  los últimos coletazos del verano  y en la Marjal había terminado la siega del arroz, mientras  recorríamos la carretera de Palma a Manacor para celebrar en Algaida y en el restaurante Ca'l Dimoni, el aniversario de Rafa con ses sopes mallorquines, que en realidad no lo son porque son secas y sin caldo. Durante todo el tiempo sonó el móvil y tuvimos a Helena colgada del hilo inexistente de la comunicación.
- Mamá, aquí al lado, en una era, están grabando un anuncio publicitario, hay un montón de gente.
Ha venido uno de ellos a pedirnos que les preparemos unos cuarenta bocadillos.
La Matandeta estaba cerrada cuatro días por descanso. Es muy raro que cerremos nunca más de una semana de vacaciones, nos las apañamos como podemos para descansar, y mira por dónde, hasta con la puerta cerrada, pueden ocurrir cosas importantes en el edificio de tu vida.
- Pues los preparáis, ¿para quién es el anuncio?
- Para El Corte Inglés. Han traido un elefante y están simulando  el paisaje de la India.
- Pero si nosotros no vendemos bocadillos. ¿De qué los preparamos?
- Coge el coche y vete al horno de El Saler.¿ No tenéis patatas, cebollas, huevos, fiambre, embutido, aceite de oliva, tomates...? Pues hacéis bocadillos.
- ¿Y qué cobramos de cada bocadillo?

Entre Helena, mi padre, Anie y el jovencito Miguel sirvieron la comida al equipo del anuncio de rebajas para El Corte Inglés: bocadillos con jamón y su pan con tomatito, tortilla de patatas con un pelín de cebolla y esponjosa por dentro, de mortadela y salchichón, de blanco y negro con francesa. En la variedad estuvo el gusto de los artistas cocineros, unas papas, unas olivas chafadas, pebreres poco picantes, cacaos, botes de bebida, naranjas de postre  y café de termo. Y el catering estuvo listo y servido.
Charly Pinsky, productor ejecutivo del asunto, debió de quedar contento porque un par de años más tarde volvió a aparecer por La Matandeta con la intención de grabar la preparación de una paella a leña. Pero hacía mucho viento y se marchó a L' Alter de Picassent.
Un año después vino de nuevo a comer con un par de compañeros y ahí tuvo lugar nuestro primer diálogo:
- ¿De dónde eres?
- De Nueva York.
- Mira, como Woody Allen, pero tú eres más guapo y más simpático.

La cosa de esta historia tiene gracia, porque tres meses después de que Manuel llegara al mundo, volvimos a cerrar una semana de descanso. Rafa Gálvez partió de nuevo a una reunión de sumilleres esta vez a Málaga; Helena y Rubén, un corto viaje de enamorados a Granada y Manuel y yo nos quedamos montando guardia en La Matandeta, con libros, películas y biberones cada tres horas.
Y volvió a suceder...http://www.spainontheroadagain.com/vv_valencia.shtml.







https://sp.yimg.com/ib/th?id=HN.608024265389572247&pid=15.1&P=0

Volvió a suceder que con La Matandeta cerrada al público sonara el teléfono y me dijeran desde la Agencia Valenciana de Turismo que al día siguiente llegaría un productor americano para hablar con nosotros acerca de una grabación.
Y al día siguiente, llegó primero Rafa, que se puso un poco nervioso al ver que no acudía nadie a la cita y era nuestro último día de vacaciones, hacía sol y sería muy agradable comer en la playa de Pinedo y pasear a Manuel en su carrito.
Pero desde el otro lado del teléfono, un técnico de la Agencia insistía e insistía en que no nos moviéramos de allí, que los americanos llegarían y que aquello era muy importante para nosotros.
Con hora y media de retraso sobre la hora convenida, apareció un todo terreno del que bajaron un joven asturiano con barba, un japonés y ... el inefable Charly Pinsky, el neoyorquino como Woody Allen, pero más simpático. Solo les pudimos ofrecer unas cervezas y unas papas, pero él nos enseñó en su ordenador la serie que andaba grabando por toda España Spain in the road, again con  Paltrow y un cocinero que era a los Estados Unidos lo que Adriá a Europa.
Charly, que habla un perfecto castellano, nos contó que nos había elegido para grabar el capítulo de la paella porque siempre recordaba con agradecimiento el día que aquella jovencita morena le resolvió la papeleta al prepararle una improvisada comida para cuarenta personas.

El día de la grabación, como ya dije antes, fue un cinco de marzo, día ventoso donde los hubiera.
Recuerdo que vinieron algunos amigos nuestros a ver cómo trabajaban y sobre todo, a conocer de cerca a la bellísima Gwyneth Paltrow, pero no nos dejaron tomar fotos, cosas de la imagen de las estrellas.
También recuerdo que el técnico de la Agencia Valenciana de Turismo, Juantxo Llantada, me repetía entusiasmado, María Dolores, ¿eres consciente de que os van a ver ciento treinta millones de personas en todo el mundo? Ya será alguno menos, le contestaba yo, escéptica.
Lo bien cierto, es que desde que se empezó a emitir en cadenas de televisión, primero americanas, y después de cualquier parte del orbe, por La Matandeta no dejan de aparecer ciudadanos del cosmos que con patente de viajeros, preguntan dónde está Manuelo, el maestro zen de la paella, mi padre, que murió  justo un año después, el 22 de marzo, convencido de que en cuanto cerrara los ojos, desaparecería del mundo sin que lo recordaran y mira por dónde hasta la coreana Sunnie Wonsun Yang, llegó desde Seul preguntando por él, con una edición del libro de la serie, editado en coreano.
Dicen que la casualidad no existe, que siempre hay algo o alguien que la provocan. En esta ocasión fueron un elefante y cuarenta bocadillos.
Salve y que lo pasen muy bien. Yo, el domingo me voy a ver a Derek Moxon, mi casero inglés en Francia, Ya les cuento, un beso y feliz otoño.




http://youtu.be/AXeTp_LPKyE

UNA FAMILIA NORMAL

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                                                                                Todas las familias felices se parecen,
                                                                                las desgraciadas lo son cada una a su manera.
               
                                                                                        Ana Karenina, León Tolstoi



Tomar la decisión de convertir la granja de mi padre en un restaurante no nos llevó mucho tiempo, puesto que se trataba de una osadía. Hay mucha diferencia entre los valientes y los osados. Los primeros calculan sus fuerzas y el riesgo que asumen. Los osados se lanzan a la piscina sin siquiera comprobar primero si tendrá agua.
Sabíamos tanto de restaurantes como los esquimales de vender arena del desierto. Así que se fueron acumulando un montón de problemas no solo económicos, sino también familiares y emocionales.
Pero Rafa Gálvez y yo eramos personas adultas y mi padre se encontraba en tal situación que se hubiera cogido a un clavo ardiendo. La cuestión es que no íbamos solos, en la mochila traíamos una niña que cumplió siete años con el restaurante recién estrenado y que pasó de vivir en un piso de doscientos metros cuadrados, luminoso y cómodo en la plaza de Sedaví, a un cuarto, junto a la barra, con un sofá cama, un perchero y un pequeño televisor, porque se nos acabó el dinero y hasta dos años después no pudimos remodelar el pisito que ya tenía la granja. Una niña cuyos padres dejaron una vida cómoda y estable y le dieron un giro de ciento ochenta grados mirando hacia el abismo.
Sin embargo, los niños no viven las tragedias como nosotros. Construyen un castillo en el aire y se parapetan en él, se fortalecen hasta que llega la adolescencia y se viene todo el edificio abajo.
Muchos días, el abuelo, le decía Helena, a ver cuántas niñas de tu colegio tienen la suerte de poder mear por las mañanas debajo de una higuera.
La niña, aparentemente, disfrutó de la nueva situación. Ahora vivía en el campo, tenía perros,  gatos y mucho espacio para correr. Los festivos más señalados, como el día de Navidad, la sentábamos a comer con algunos clientes de confianza, para que ella también tuviera su fiesta familiar, mientras nosotros intentábamos aprender, sobre la marcha, el funcionamiento de un restaurante y como el nuestro  era pequeño...
Los domingos, después de trabajar, nos la llevábamos a cenar a La Piccoleta, una pizzería cerca de Obispo Amigó y esa era toda la fiesta del fin de semana que nos permitían las obligaciones. Los veranos, Aqualandia y su piscina eran su territorio natural. Amparo la sentaba a la mesa como una más de la familia.
Algunas tardes, al recogerla del colegio de El Saler, nos acercábamos hasta el Carrefour de Alfafar, entonces Continente, y comprabámos cosas que se nos habían olvidado: un paquete de sal, galletas, algún capricho para cenar. La compra grande del restaurante se hacía por las mañanas, pero siempre te dejas algo. Cogió la costumbre de decirnos, en esas visitas al comercio ¿vale que eramos una familia normal? Tanto se empeñaba en aquel juego que un día le preguntamos, pero Helena, ¿qué es para tí una familia normal?Aquella que cuando va al hipermercado compra poco, los domingos no trabaja y pasea al perro. Sin darse cuenta, nos había dado las claves de lo que en realidad pasaba por su cabecita y las carencias que estaba viviendo.
Tengo la certeza de que se crió demasiado sola y, como muy bien expresó en una ocasión nuestro amigo Joan Roig, el problema es que nuestros amigos fueron los suyos y esa, la falta de amigos en su adolescencia, es una carencia que siempre arrastró.






En las fotos que he escaneado aparece con el abuelo plantando chopos durante las obras del restaurante. El abuelo le enseñó muchas cosas: a cuidar de los animales, a aletargar las anguilas en una bolsa de plástico con colillas de puro, a hacer ajo aceite a mano y cuajarlo tanto que, al darle la vuelta al mortero, no se cayera; a aliñar olives xafaes. El abuelo era su cómplice. Decía la escritora Carmen Martín Gaite que la diferencia entre los padres y los abuelos estriba en que estos últimos tienen las respuestas a las preguntas que los primeros todavía se están formulando. Un psicólogo me contó una vez que los nietos son un regalo de los dioses a los padres por no haber matado a sus hijos. El abuelo fue, durante su adolescencia, su refugio y su paño de lágrimas, por eso cuando murió fue la que más lloró y todavía hoy lo sigue echando de menos. Y por eso ella también le hizo su mejor regalo: a su hijo lo llamó Manuel.
Cuando Rubén Ruiz vino a trabajar con nosotros y a vivir con ella, el abuelo lo cogió por banda y le anunció mira, estas dos están locas. Se pasarán la mañana discutiendo y a la hora de comer se sentarán juntas a la mesa. No te metas por medio.
El año que pasé en Francia como estudiante Erasmus conseguimos cortar el cordón umbilical entre las dos. Me dejé una niña y al regresar me encontré con una mujer.
Hoy es dieciséis de octubre y cumple treinta años. Sabe que las coordenadas de espacio y tiempo son ficticias  dentro de nuestra imaginación y por eso esperará que llegue su abuelo, alegre y risueño con un ramo de treinta capullos rojos. También espera una carta de su madre. Hace mucho tiempo que ya no se escriben, como cuando era niña y siempre se las estaban mandando entre las dos para resolver los enfados. Sí, pero esta vez, no fallará el recado. Su madre, en sus ratos libres, ejerce como prestidigitadora de las emociones y hace malabarismos con las palabras.
 Se siente rara, lleva todo el año así, revuelta consigo misma, como si lo viejo no acabara de morir y lo nuevo no acabara de nacer. Y el abuelo, a la hora de comer y celebrar su aniversario, le susurrará otra vez a Rubén  al oido... No les hagas caso, están locas...

SORPRESAS

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Querida María:
Gracias por recordarme tu fecha de nacimiento y la de Lila, así yo también podré felicitaros por vuestro aniversario.
La chica marroquí llegó bien y se encuentra aquí estupendamente. No sé cuál ha sido tu papel en este asunto, pero te lo agradezco.
Las fotos que me has enviado me confirman que seguís tan jóvenes como cuando os marchásteis de aquí.
Voy  a cambiar mi sistema informático, así que ya te enviaré mi nueva dirección.

                                                        Derek Moxon,
                                                 Puyricard, 30 de agosto de 2014.


¿Qué papel, qué chica marroquí, a qué agradecer? Le dije a Rafa Gálvez que por fín tenía noticias de Derek Moxon, mi casero inglés en Francia, durante mi estancia Erasmus, pero que no entendía qué me decía y lo atribuí a que a sus ochenta y un años, recién cumplidos el 26 de agosto, las cosas por su cabeza empezaban a andar mal.
No me envió su nuevo correo electrónico, así que yo no le anuncié que llegaba con Pilar Ortí a finales de septiembre a Puyricard, el pueblo residencial a escasos diez kilómetros de Aix-en-Provence, en el que residí durante casi un año. Para los que se incorporaron después a este blog y para refrescarles la memoria a los demás, les recomiendo que lean mi entrada La Matandeta y sus historias Derek Moxon y yo, en la que encontrarán de qué forma tan pintoresca conocí a este caballero inglés.
Lo bien cierto, es que durante nuestra estancia nos quedamos en casa de Olimpia y Alfredo, de origen español, que viven a unos cien metros de la residencia de Derek y después de una espléndida bienvenida en la que no faltó un apéro con productos ibéricos y rosé de Provence, ya finalizado l'après midi, nos dirigimos a la casa de Mr. Moxon.
A su pregunta por el interfono, le respondí que era yo, María, que se encontraba frente a la entrada del 131, Les Muriers, sin previo aviso, ni comunicación.
¿Han visto alguna vez la cara de un niño ante la sorpresa de un regalo deseado pero inesperado? Esa fue con la que nos recibió. A Pilar, que habla perfectamente francés e inglés, ya la conocía de sus dos visitas anteriores. Y yo, al contrario que sus otras inquilinas, nunca le prometí que volvería, pero lo hice.
En la casa también se encontraba Kenza Lamouasni, una preciosa chica de Marrakech que habla perfectamente español y que nos recibió con una amplia sonrisa y con la sorpresa de decirme que ella está allí en Puyricard, en casa de Derek, gracias a mí. Es estudiante de primer curso en la Facultad de Letras, la misma en la que yo estuve, salvo que ella estudia inglés y chino. Cuando tomó la decisión de venirse a la Provenza empezó a buscar alojamiento y a través del enlace de appartager.com dió con el anuncio de Derek, que buscaba una inquilina. No se fió de aquel anunció en la que un señor mayor le ofrecía casa gratuita a cambio de nada. Y mucho menos lo hicieron su padre, profesor de matemáticas en un instituto marroquí y su madre, ama de casa. Pero le contó lo que sucedía a un amigo y este puso el nombre de Derek Moxon en el dios Google y apareció mi blog La Matandeta y sus historias, antes Erasmus a los 50 y Kenza, su familia y amigos, pudieron conocer mis peripecias y mi vida con Derek, durante un año en la Provenza. Eso fue suficiente para convencerles de que este flemático señor inglés sería el perfecto casero para su estancia de tres años en la Universidad francesa.



Fue una auténtica sorpresa para mí descubrir a Kenza  y su historia, y el trabajo que había realizado mi blog, convenciéndola, a ella y a sus padres, de que ese señor al que no conocían, era una persona amable y respetuosa y de que ella estaría en un lugar hogareño y seguro. Ahora, la sorpresa me la había llevado yo. Entonces encontré sentido al correo que Derek me había enviado a finales de agosto.
Kenza añadió que, en Marrakech, sus amigas estudiantes de español me leen y me siguen. Y de pronto descubro como una pequeña satisfacción interior, algo inesperado de lo que siempre me habían hablado los escritores, esa sensación que tienen las palabras para el que las conjura cuando no rebotan contra la pared.
Esta mañana le he preguntado a un amigo qué significa que mi Google + tenga 217.065 vistas.
Fácil , ¿no?, me ha contestado.
Que te han visto 200 y pico mil veces.
¿Que  me han visto qué?
Pues, qué va a ser, tu blog.
Y me ha quedado un regusto a bueno, a saludable, a misión cumplida. Les podría dar mil y un motivos de por qué una escribe y tiene afición a contar historias, pero Kenza, con la suya,  y su reflejo me dió la mejor respuesta.
Aquellos días, de los que ya ha  transcurrido un mes, conocimos también a Bahar, la treintaañera del Turkmenkistán que también reside con ellos, su historia, sus orígenes y sus objetivos futuros. No paramos en torreta por una Provenza soleada y Pilar Ortí quedó contagiada con el virus marsellés de una ciudad llena de mezclas y colores.
A la hora de la despedida, con un cordero halal que conseguimos Pilar y yo en el barrio de Noailles, en honor de la joven marroquí, le anuncié a Derek que volveré con mi hija la próxima primavera, y con su flema británica y escepticismo octogenario, me respondió que no sabe si todavía seguirá allí.
Recemos al Dios de los cristianos, de los judíos, de los musulmanes y de los escépticos y flemáticos octogenarios para que esto sea posible.
Otro día les cuento más sobre ma Provence.
¡Ah! Y no le hagan caso a Sabina. Yo también estuve en Macondo y, sin embargo, comprendí que al lugar donde fuiste feliz, que debieras tratar de volver.
Salve y ustedes disfruten, el otoño por fín está aquí.






MARIBEL, VICENT, JULI ESTEVE Y... ELS PERELLONS DE LA VALL.

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Juli Esteve es un periodista fraguado en las lides de los que nunca buscaron acomodarse en una plaza fija en los buenos tiempos de Canal y Radio 9. Recuerdo haber hablado muchas veces con él pidiéndole una cámara en sus tiempos de coordinador de informativos en la televisión autonómica y en los míos de informadora institucional. También recuerdo una noche de San Juan en La Matandeta y una mesa reservada para cuatro por Francesc Bayarri. Es este último al que le leí hace poco un buen artículo en el Facebook sobre el excelente reportaje de Esteve Del Montgó a Manhattan, un exhausto y bien trabajado documental sobre los valencianos que emigraron a EE.UU. a principios del siglo XX. Una caterva de analfabetos, jornaleros a media semana y gente que por primera vez salía de su comarca alicantina para buscarse un pedazo de pan sin tener que llepar al senyoret uns quans jornalets.
La verdad es que el tema empezó a interesarme desde que llegaron a La Matandeta José Orts Mut y su novio Joe Zampaio en busca de sus raíces gandienses y a los que ya presenté en mi entrada Esto no es una paella.
Bueno, a lo que vamos, yo tenía muchas ganas de ver el reportaje del Juli y el viernes de hace una semana, así por casualidad, llovía, porque siempre llueve cuando no toca, o cuando menos te lo esperas y me encontré un evento en el Facebook. Hay que pasar muchas horas en soledad, como yo las pasé en Francia, para saber cómo funciona ese trasto del FB y la mucha compañía que te puede hacer cuando estás lejos de los tuyos. El susodicho evento hablaba de la Festa-Fira del Perelló y de que el periodista Esteve presentaba en la Vall d'Ebo su increíble documental. Como las ocasiones las pintan solas, dió la casualidad de que el 22, día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, es mi cumpleaños, así que le sugerí a Rafa Gálvez que en lugar de cualquier chorrada por la que siempre acabamos peleados, me regalara un fin de semana en la Vall d'Ebo. ¿Y por qué la Vall, el Barranc de l'Infern? Porque estará allí Juli, que apenas me conoce, y pasa su documental.
Hay varias maneras de entender la vida. Una, importante, consiste en ponerle pegas a todo. La otra, imprescindible, es ver el horizonte resuelto. La segunda es la mía. Busqué en Internet dónde alojarnos y apareció el Hotel Rural del Barranc de l'Infern. Y apereció la voz de Maribel que me habló y me acogió como si lleváramos muchas horas en común de compartir infusiones y mesa camilla.
Y allá que nos fuimos. Vicent vió pasar nuestro coche y debió pensar como el zapatero remendón en La tesis de Nancy, hasta luego... Y luego fue ver al hijo de la Sofía que ya no cumple los ochenta, con la furgoneta llena de capazos de perellons a seis euros los veinte kilos. Y aparecer al día siguiente a Maribel que es como Olivia, la de Popeye y siempre se está riendo. Y que nos contaran sus problemas como si hubieran decidido nombrarnos padres putativos. Y muchas más cosas que una vive por la sencilla razón de que todavía se atreve a vivir.  Y vivir implica un montón de riesgos.
El documental de Juli Esteve es un impresionante trabajo que pueden encontrar ustedes en la web de info.tv.
Por favor, no se lo pierdan. Hay dos formas de hacer periodismo, perdón, tres. Periodismo malo, periodismo literario y periodismo de investigación. Juli Esteve es un maestro en este último campo.
¡Ah! Y los perellons son una especie de manzanas, con la piel más dura y màs ácidas y capaces de montar cada estropicio... Pregunten al sr. Gálvez si no.
Nos vemos en el Buida la cambra , llueva o no. Si no es mucha molestia, compartan este evento en su muro del FB, que no se trata de hacernos solo publicidad, sino de comenzar a fomentar un deporte nuevo, el del reciclaje. A las pruebas me remito.
Salve y nos vemos el domingo.

PARAÍSOS

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Una se acerca al papel en blanco como estrena el año: con moderación y respeto, que restan muchos días y muchas líneas por escribir y piensa en lo último que se llevó de lo anterior: el último atardecer entre viñedos en la periferia de Fontanars dels Alforins, junto al más atractivo de los bodegueros, que no solo navega entre vides y veleros, sino que todavía se atreve a cercar el paraíso y es valiente al  anunciar, como quien deja caer un pámpol  en la escarcha, que dentro de cinco años se va a vivir a Costa Rica, que para su gusto, se le acabó el relato a este país y a su entender le sobra policía y le faltan sueños.
Me felicito de la vuelta de Cuba de mi amigo Joan, pero él me responde que llegó hace dos días de La Habana, y ya piensa en el regreso. Y lo hará definitivamente, si dentro de cinco años sigue vivo. Porque en el Malecón encontró su pequeño paraíso.
¿Y el tuyo dónde está? Me espeta Rafa Gálvez, sacándome del laberinto  de mis telarañas interiores. Volver al mío es imposible. Lo perdí a los ocho años.
Ha sido un domingo de mucho trabajo y nos llevamos a Manuel de paseo. Le propongo la feria de Benetússer, pero su abuelo responde que de ni pequeño le gustaron la feria y el circo.
Para animarlo y no dejarlo con esa decepción que le ha supuesto el gusto de su abuelo, le cuento que el día de Navidad a mí siempre me llevaba mi padre por la mañana a la feria y por la tarde al circo, y que a mí sí que me entusiasman. ¡Qué lástima que no nos conociéramos entonces! Me responde el niño, cargándose en una frase la coordenada del tiempo.
Sí, que lástima que no podamos volver a la infancia, la única patria, el primer paraiso terrenal, el último refugio.
Aunque siempre nos quedarán los relatos.
Sí, será necesario un buen relato para seguir viviendo, para creer que aunque no exista la utopía, en la distopia tampoco se está tan mal. Al fin y al cabo, la utopía pertenece solo a su inventor, la distopía, más democrática, nos incumbe a todos.
Mi propuesta, a falta de paraíso terrenal, es que nos construyamos un buen relato para el año que empieza, una historia que nos acompañe, la metáfora de un camino por el que transitar.
Érase una vez, Hi havia una vegada, Es war eimal, C'era una volta, Mata mua...
Un año, el quince, que acababa de comenzar, una sociedad a la fuga, un tiempo en ruinas y un horizonte desnudo.
Ya saben, a falta de paraíso, creamos en el relato.
Yo me comprometo a ello. Salve y mucha suerte para  este año.




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